- La Antigua América

PRIMERA PARTE
Se supone generalmente que América recibió su nombre del marino Americo Vespuccio, en realidad Alberico Vespuzio, hijo de Anastasio Vespuzio.

De haber buscado el italiano la inmortalidad, honrando a la par a su apellido, seguramente lo habría bautizado «Vespuzia», al igual que Columbia fuera así llamada por el gran descubridor. En la América Central la palabra «americ» significa «gran montaña», en evocación de «Meru», la montaña sagrada de la traducción hindú, a la cual se atribuye el centro de siete continentes. La antigua América estaba enlazada con la India a través de Lemuria.

Los primitivos viajeros creyeron probablemente que «América» era la palabra nativa, por lo que la utilizarían. Los camaradas de Vespuzio, en vez de llamarle «Alberico», lo apodarían así «Americo». Los cartógrafos italianos de la época recogieron información del Nuevo Mundo de muchas fuentes y seguramente adoptarían el nombre nativo de «América». Algunas tribus indígenas empleaban la denominación de «Atlanta». ¿Eco de la Atlántida?

Inscripciones de la Primera Dinastía egipcia de hace 5.000 años antes de J. C. (?) se refieren al «País allende el Mar Occidental» como «País de Urani». Urani (Pueblo de Ur) evoca a Ur en Sumeria, patria de Abraham. Dícese que existe evidencia de que antes del año 3.000 antes de J.C., los fenicios partieron de Lagash en el Golfo Pérsico arribando a América.

Siglos después, Menes, primogénito de Sargon (2.275 años, antes de J. C.), efectuó un viaje desde Sumer al País del Sol Poniente, «donde fue envenenado por un insecto y enterrado allí». En el siglo VI antes de J. C., probablemente después de la destrucción del Templo por Nabucodonosor en el 587 (antes de J. C.), se dice que refugiados de Jerusalén navegaron a América; y hacia el 421 de nuestra Era su último descendiente Moroni, el hijo de Mormón, enterró bandejas de oro cinceladas cerca de la moderna Mancheste (Nueva York).

El profeta Joseph Smith declaró habérsele aparecido dos personajes divinos en un haz luminoso, quienes le inspiraron a desenterrarlas el 22 de septiembre de 1827. Con la ayuda de un instrumento óptico encontrado allí tradujo el texto grabado en las bandejas, el cual se publicó en 1830 como el Libro de Mormón, y fundó la Iglesia actualmente conocida como Iglesia de Jesucristo de los Santos del Últimos Días.

En su magnífico libro Las expediciones de Ra, Thor Heyerdahl, de la famosa «Kon Tiki», describe vívidamente cómo él, con siete compañeros multinacionales, navegó en 1970 del puerto marroquí de Safi, más de 6.000 kilómetros hasta Bridgetown, Barbados, en la Ra II, una embarcación de papiro, copia exacta de las egipcias del año 1.800 antes de J. C., demostrando así que era posible, y hasta probable, la travesía del Atlántico por los antiguos egipcios y otros pueblos.

Existen papiros que hablan de Seres Rojos encontrados por los sumerios cuando navegaban remontando un gran río. Leyendas de un Dios Blanco recorriendo Norte y Sudamérica enseñando y curando a la gente sugieren que los cretenses de Knosos pudieron haber llegado a América durante el segundo milenio antes de J. C.

Algunos griegos y romanos se percataban vagamente de la existencia de América. Plutarco escribe en De Facie in Orbe Lunae: «Al oeste del océano hay muchas islas pobladas por hombres de piel roja, y más allá de esas islas hay un vasto continente con grandes ríos navegables.» Aelio menciona en Varia la Historia de «un desconocido continente de vastos prados florecientes y pastizales». El docto Séneca, habla en Hyppolytus de «una tierra en los más remotos confines del mundo separada por trechos de océano» y en Medea profetiza: «Llegará una época en lejanos años cuando el Océano desatará los lazos de cosas, cuando será revelada toda la ancha Tierra, cuando Tethys desvelará nuevos mundos y Thule no será el límite de países».
Luciano y Diódoro Siculo describen islas lejos a través del océano occidental, las cuales pueden haber sido las Indias Occidentales. Los filósofos griegos sabían que la Tierra era redonda.

Erastótenes y Estrabón demostraron probablemente su esfericidad por medio de una pelota. Sus lógicas mentes razonarían a buen seguro que la masa de tierra eurasiana en su hemisferio estaba simétricamente equilibrada por un continente similar en la parte desconocida del mundo.

En la Biblioteca Municipal de Nancy, Francia, había un brillante globo terráqueo en color, de seis pulgadas de diámetro, cuya historia registrada se retrotraía al año 1531, aunque tenía una antigüedad de varios siglos atrás. Este globo terráqueo mostraba todo el continente de Norte y Sudamérica al parecer en tiempos prehistóricos. El contorno general, tanto como podía ser determinado a tal reducida escala, era aproximadamente similar al de los mapas modernos, con las sorprendentes diferencias de que California, en la actualidad una península, aparecía como isla... posiblemente la punta oriental de la sumergida Lemuria. Terrenos pantanosos en el Valle Sacramento, conchas marinas halladas en el suelo y las líneas ribereñas a lo largo de laderas de colinas locales prueban que hace mucho tiempo California estuvo separada del continente.

Ese extraordinario mapa debió haber sido miles de años más antiguo que aquellos mapas tan intrigantes de Piri Reís, Ver Mapa de Piri Reis que se dice datan del año 3000 antes de J. C., o aun de antes. Piri Reís, almirante y cartógrafo turco de nuestro siglo XVI, copió mapas antiguos que mostraban: California unida al continente americano; Groenlandia libre de hielo y tres grandes islas, confirmadas después por una expedición polar francesa; cordilleras en el Canadá; el curso exacto del río Atrato en el Yucatán; las Islas Falkland, no descubiertas oficialmente hasta 1592; los Andes, adornados con llamas, y el contorno exacto del Antártico antes de sus heleros.

El preciso trazado de la línea costera y la exactitud de los detalles del interior en ellos estampados sugieren una observación aérea efectuada por alguna civilización anterior, por aviones o naves espaciales. De lo que no cabe duda es de que los cartógrafos poseían evidente destreza matemática, que hace presuponer una avanzada tecnología. El mapa del globo terráqueo de Nancy mostrando una California separada demuestra claramente que miles de años antes de los mapas de Piri Reis fueron originalmente trazados por expertos de elevadísima técnica en una inspección aérea de las Américas.

SEGUNDA PARTE
Los astrónomos creen que nuestra Tierra tiene una antigüedad de 4.500 millones de años. Los geólogos estiman que hace aproximadamente 800 millones de años Norteamérica formaba parte de Laurasia y Sudamérica de Gondwana. Los teólogos enseñan que Dios creó el Universo para la manifestación del hombre, quien apareció en la Tierra poco después de su creación sin tener que esperar innumerables eras para evolucionar desde el légamo del mar hasta un ser sensible, proceso como para agotar la paciencia hasta del mismo Dios. Extraterrestres de otras estrellas de nuestra galaxia podrían haber aterrizado aquí y colonizado nuestro mundo hace cientos de millones de años, hallándose ya sus huesos disueltos en polvo.

El doctor L. S. B. Leakey ha encontrado en Kenya fragmentos de mandíbula de un ser humanoide que vivió hace veinte millones de años. Los paleontólogos sugieren que la criatura fue salvaje, pero pudo haber sido más sabia que Sócrates. Los prehistoriadores siguen aún enseñando que a pesar de la enorme edad de América siguió siendo un continente virgen separado del resto del mundo hasta aproximadamente 20.000 años antes de J. C., cuando pequeños grupos de nómadas asiáticos se abrieron penosamente paso a través del estrecho de Bering, desde Siberia a Alaska y llevaron luego lentamente su cultura de la Edad de Piedra a lo largo de la costa hasta la Patagonia.

Los antropólogos aceptan que durante los pasados diez mil años el hombre, a pesar de varios reveses, ha evolucionado desde las cavernas hasta las naves espaciales, pero insisten ilógicamente en que durante los precedentes veinte millones de años la evolución humana estuvo probablemente en suspenso, y el hombre vivía algo así como en estado de trance. Hay una amplia y cumplida evidencia de que el hombre no ha progresado, sino degenerado. Si vivieron hombres en África hace millones de años, seguramente que hombres contemporáneos debieron haber vivido en América. Los seres espaciales que aterrizaron en el Antiguo Oriente lo habrían hecho asimismo en el Antiguo Occidente.

Los mitos de la Creación de Norte y Sudamérica muestran una asombrosa semejanza con los de Europa y Asia, sugiriendo un remoto origen central. Los simples relatos contienen a menudo una gran sabiduría, anticipándose a las enseñanzas de la teología y la ciencia actuales. Los indios Omaha creían que en el principio todas las cosas estaban en la mente de Wakinda, todas las criaturas incluyendo al hombre eran espíritus, que descendieron del Sol, pasando a la Luna, y luego a la Tierra, suponiendo así que nuestro planeta fue colonizado por seres espaciales. Los indios Winnebago, de Wisconsin, evocaban el Génesis al manifestar que el Hacedor de la Tierra deseó la luz y la luz se hizo, que luego deseó la Tierra y ésta vino a la existencia, y que tomó un trozo de tierra, lo sopló y creó el hombre.

Los Yakutas de California pensaban que un ser sobrenatural llamado Koyadarma el Coyote se posó sobre el primigenio océano. El Coyote dijo: «¡Que se convierta esto en arena!», y se convirtió en arena. Las tribus indias de las selvas del este creían en Padre-Común, como Zeus u Odin. En la costa noroeste imaginaban un viejo jefe viviendo en una casa en el cielo, el «Padre en el Cielo».

En las grandes selvas los indios creían en el Gran Manitu, un espíritu supremo, sin forma, y que todo lo abarcaba, llamado por los Pawnees de los llanos «Tirawa Atius», el Poder Desconocido.

Los Iroqueses, Hurones y Wyandotas enseñaban que el primer pueblo vivió en el cielo antes de que la Gran Tortuga crease la Tierra frente a las aguas; los indios Pueblo creían que el Dios Awonanwilome, existiendo en primitiva oscuridad, pensó en la existencia de brumas portadoras de gérmenes de vida e hizo de su propia carne la Tierra y el Cielo.

Los Algonkianos contaban un sofisticado Mito de Creación, sobre Gluskap matado por su perverso hermano Malsuni, y luego mágicamente vuelto a la vida, evocador de Osiris y Seto Creó el mundo con los huesos de su Madre, conquistó a los Gigantes de Piedra y llevó a cabo grandes portentos. Los Caribes decían que el Padre Cielo y la Madre Tierra llegaron juntos y engendraron la Humanidad. El Popol Vuh, el original "Libro del Pueblo" escrito en lenguaje quiché de Guatemala, y transcripción de una antigua crónica nativa, declaraba que en el Principio todo estaba en suspenso, todo en calma, en silencio, inmóvil, y el cielo estaba vacío sobre el tranquilo mar. Nada existía, sólo el Creador, el Hacedor, Tepeu, Gucumats, los antepasados estaban en el agua rodeados de luz. Juntos crearon la Tierra y formaron hombres de la madera, a semejanza de la creencia escandinava del hombre hecho de los árboles. Los indios Arawak creían que el hombre fue creado de las piedras, lo cual guarda una notable afinidad con la leyenda griega de Deucalion y Pirra.

Nuevos descubrimientos en geología muestran que ha habido muchos cambios violentos en continentes y mares, climas y culturas, explicados al parecer por una desviación del eje de la Tierra y el desplazamiento de los Polos, como lo registró Herodoto, quien databa el último, gran cataclismo hacia el año 11.000 antes de J. C., lo que fue controvertido por Emmanuel Velikovsky, cuya revolucionaria tesis Mundos en colisión probaba catástrofes en los años 1.500 y 600 antes de J. C. La evidencia de esos titánicos desastres que devastaron nuestro planeta se recuerda en leyendas aún existentes en todo el mundo, especialmente en América del Norte. En su magistral estudio Tierra en cataclismo, Velikovsky reúne impresionantes datos demostrativos de los fantásticos cataclismos que convulsionaron a los continentes en épocas históricas de las que fue testigo el hombre. La cronología que expone puede ser controvertida y algunas catástrofes pudieron haber ocurrido miles de años antes, causando la destrucción de Mu y de la Atlántida.

Sea cual fuere la fecha exacta, es obvio que en más de una ocasión toda la masa terrestre americana y sus gentes sufrieron terremotos, inundaciones y cambios de clima que, por su ingente magnitud, debieron haber destruido toda civilización y vuelto a sumir a los agobiados supervivientes en la barbarie, de la cual surgieron lentamente. En Alaska varias millas de cieno helado contienen fósiles de millones de mamuts, mastodontes y animales ya extinguidos, piel, pelo y carne mezclada con árboles desarraigados, como en las Islas Marfil, a la altura de Siberia.

Instrumentos de piedra hallados a grandes profundidades muestran que el hombre vivió en América en tiempos del Pleistoceno y cazó elefantes.

Inmensos bloques erráticos de granito arrancados del Canadá y Labrador, que pesaban miles de toneladas, se apilaron en las montañas de New Hampshire, Massachussets, Wisconsin y Connecticut. Bloques de estratos de caliza se hallan en Ohio y Michigan comprimidos con pescado espléndidamente conservado. Esqueletos de ballenas se encuentran en Vermont y Montreal.

Profundos cañones de los ríos San Lorenzo y Hudson se extienden cientos de millas en el océano, indicando que el suelo se hallaría cubierto por el mar en épocas post-glaciales. El mar inundó en otros tiempos las grandes llanuras desde México hasta Alaska.

En Nebraska se encuentran enterrados los huesos destrozados de miles de rinocerontes, caballos provistos de garras y gigantescos cerdos violentamente destruidos. En Montana brotaron súbitamente montañas en cientos de millas, y vastos flujos de lava cubrieron doscientas mil millas cuadradas de Washington, Oregón e Idaho, con capas de cientos y hasta de miles de pies de espesor, sugiriendo series de eyecciones separadas durante el período cenozoico de los mamíferos y el hombre. A lo largo del llano costero desde Nueva Jersey, al nordeste de Florida hay miles de depresiones marismeñas, calas llenas de cieno y arena. Estos cráteres ovales, inexplicables por la acción geológica, son atribuidos a impactos meteóricos; un cometa asestado probablemente del noroeste.

En el Labrador el cráter meteórico circular Chubb cubre una superficie de cuatro millas cuadradas y fue probablemente causado por un asteroide hace cuatro millones de años; es seis veces mayor que el famoso cráter de Arizona atribuido a un cometa. Los sondeos y análisis de sedimentos prueban que la Cordillera Media Atlántica es volcánica. La lava se esparció en época relativamente reciente. No hace mucho había tierra y playas en el Atlántico Medio, que nos sugieren la Atlántida de Platón. El paleomagnetismo muestra que los polos magnéticos fueron revertidos, violentos cambios de clima causaron Edades del Hielo, millones de personas y animales resultaron muertos, se transformaron continentes y se destruyeron civilizaciones. Un velo de crepuscular misterio envuelve a la América del Norte. En medio de las ciclópeas ruinas del cataclismo pocos monumentos subsistieron como recuerdo del poderoso pasado.

TERCERA PARTE
Aunque nuestros científicos dividen ese pasado de nuestra Tierra en edades geológicas y enseñan que los cataclismos han cambiado suelos en mares y mares en suelos, la opinión popular guiada por el Génesis reconoce vagamente sólo dos períodos, antes y después del Diluvio. Los indios y aztecas tienen un conocimiento más exacto. Coinciden con hindús, griegos, escandinavos e irlandeses en que cuatro precedentes Eras del Mundo florecieron y fueron destruidas. Los Pawnees enseñaban que cuando la Luna se oscureciese, el Sol se tornase opaco, y las estrellas del Norte y del Sur bailasen en el firmamento, la Tierra sería destruida por lluvias de meteoros, probablemente memorias raciales de los mismos cataclismos cósmicos registrados en el Antiguo Oriente.

Decían cómo Tirawa Atius había puesto gigantes en la Tierra, los cuales se habían vuelto soberbios y habrían de ser destruidos en grandes inundaciones (leyenda repetida por los indios Creek). Recordaban gigantes caníbales, diluvio, monstruos y poca gente salvada.

Los navajos llaman a nuestro mundo actual el Quinto mundo. Sugieren que los hombres viajaron de mundo en mundo como por el espacio, pero pueden referirse realmente a nuestra propia Tierra a través de cinco Eras en el tiempo. Los mayas tenían un concepto más profundo del Tiempo y al parecer creían en el Ciclo Eterno, cuando la Creación acabaría y volvería luego a sus comienzos, como también lo enseñaban los yogis, los griegos y nuestros propios científicos. Los nahuas de la altiplanicie mexicana relatan en los Anales de Cuanmtlan que nuestra Era presente del Quinto Sol está declinando, todas las criaturas sufren continuas pruebas de los dioses, y si alguna especie falla es destruida... notable anticipación de los paleontólogos actuales.

El historiador nativo mexicano Ixtlxochitl describe en su Historia Mexicana sólo cuatro edades. La primera fue Atonatiuh (Agua-Sol), cuando todos los hombres perecieron en una gran inundación; la segunda, Tlachitonatiuh (Tierra-Sol) terminó con violentos terremotos cuando los quinames, los titanes aztecas fueron destruidos, probablemente el cataclismo que se tragó a la Atlántida; la tercera, Ecatonatiuh (Viento-Sol), diezmó a la raza humana con terroríficos huracanes, reduciendo a los pocos supervivientes al nivel de los monos. Estamos aún viviendo en la cuarta edad, Tlatonatiuh (Fuego-Sol), destinada a ser destruida por el fuego, hecho profetizado por supuestos seres espaciales, que previenen sobre la inminente intrusión de un segundo Sol en nuestro sistema solar, causando una conflagración planetaria.

El etnólogo francés Jacques Soustelle, renombrado por sus brillantes estudios sobre los mayas y por su tormentosa política, cree que nuestra civilización es la quinta de una serie y es seguro que seguirá la suerte de las cuatro precedentes. El destino humano sube y baja en ciclos. Los desdichados indios del Yucatán se mueren de inanición entre las ruinas de un antaño próspero pasado.

Los antiguos quichés creían que sus primeros padres fueron brujos y hechiceros. Eran capaces de saberlo todo, y examinaron los cuatro ángulos, los cuatro puntos del arco del firmamento y la cara redonda de la Tierra». Tal conocimiento de los cielos y de la esfericidad de la Tierra sugiere que estos primeros hombres pudieron viajar por el Espacio. Su sabiduría era tan vasta que al Creador y Hacedor le desplació y dijo: «No está bien lo que nuestras criaturas, obra nuestra, dicen; conocen todo lo grande y lo pequeño.» Los dioses celebraron consejo y nublaron la vista de los hombres, destruyendo su saber y conocimiento. Para confundir su juicio, mientras los hombres dormían el Creador hizo para ellos bellísimas mujeres. El Popol Vuh empleó en Guatemala términos casi idénticos al Génesis III, 22: «y dijo el Señor Dios: Ved aquí al hombre que se ha hecho como uno de nosotros, conocedor del bien y del mal; no vaya ahora a alargar su mano, y tome también del fruto del árbol de la vida, y coma de él, y viva para siempre.»

Dios creó a Eva de una costilla de Adán mientras éste dormía. Es curioso observar que Hesíodo, en Grecia, a miles de millas de Guatemala, escribiera que en la Edad de Oro los hombres vivían sin mujeres... un paralelo de Adán antes de Eva. Otras leyendas revelan que los primeros habitantes de la Tierra fueron los uranidas, una antigua raza estelar que colonizó nuestro planeta, y que se asemejan a aquellos omniscientes «primeros padres» mencionados en el Popol Vuh.

Según la cuestionable Cosmogonía Glacial de Hans Hoerbiger, cuando la última Luna asomó cerca de la Tierra, su poderosa atracción gravitatoria produjo un gigantismo en la vegetación, los animales y el mismo hombre. Durante el período sin Luna, con una atenuada radiación cósmica, la estatura humana decreció hasta que la captura de la Luna, la nuestra actual, hacia el año 12000 antes de J. C., promovió nuevamente el crecimiento. La teoría de Hoerbiger no explica la existencia de pigmeos, quienes según se cree han habitado la Tierra durante treinta millones de años, si bien pudieron haberse producido cuando no hubo ninguna Luna en el firmamento. Según parece, el doctor M. K. Jessup tuvo acceso a fuentes recónditas concernientes a los seres espaciales y otros misterios. Se preguntaba si el pigmeo no estará relacionado con los gigantes como el actual lagarto lo está al dinosaurio.

Referencias de presuntos testigos oculares de extraterrestres aterrizando en nuestros días hacen mención a sorprendentes diferencias de estatura. Quizá gigantes y pigmeos fuesen originarios de diferentes planetas.

Los navajos y mayas creen en cuatro precedentes edades del mundo, implicando que tenían conocimiento del primer ciclo de la Humanidad en torno al Polo Norte, y del segundo ciclo habitando la región Hiperbórea, el continente circumpolar donde los seres espaciales aterrizaron probablemente tras su aproximación a la Tierra a través del paso del norte en los cinturones de radiación Van-Allen.

Tal conocimiento prueba que los indios americanos poseían muy antiguas tradiciones que databan hasta del período carbonífero de vegetación gigante y reptiles, cuando la América del Sur y la Central formaban parte del continente sur de Gondwana. Los indios zuni conservan recuerdos transmitidos de monstruos reptilescos. Un tiranosaurio contemporáneo del hombre se hallaba dibujado en una roca del Cañón Hava Supai, Arizona.

Utensilios metálicos fueron hallados profundamente encajados en capas carboníferas como si hubiesen caído entre los árboles antes de que fuese comprimido el carbón.

El 11 de junio de 1891, el Times daba la noticia de que S. S. Culp, de Morrisonville (Illinois), al partir un pedazo de carbón descubrió en su interior encajada en forma circular una cadenita de oro de unas diez pulgadas de longitud, de antigua y rara labor; el oro era de dieciocho quilates y la cadena tenía un peso de 192 gramos. El profesor R. W. Gilder descubrió en Nebraska y Kentucky huellas de una civilización terciaria repentinamente destruida por la Era Glacial.

CUARTA PARTE
El tercer ciclo del hombre, conocido por los indios americanos, estaba asociado con Lemuria, Mu, cuya elevada costa oriental se cree formaba el litoral occidental de Norteamérica. Esta sección de la corteza terrestre es una notoria zona de falla. Durante millones de años la han devastado los terremotos. Algunos expertos profetizan una extendida destrucción de ella en el curso de este siglo. Durante un período inmensamente dilatado Lemuria se hundió lentamente, pero antes de su sumersión final los lemurianos habían establecido estrechos lazos con Sudamérica, cuyo vasto mar interior amazónico y sus canales conducían al Atlántico y a las islas de la Atlántida. El Gran Cañón del Colorado sugiere que algún cataclismo debió haber convulsionado la región.

América Occidental, resto de Lemuria, es por lo tanto una de las regiones más antiguas de la Tierra, patria de una de las más primitivas razas humanas, que habiendo alcanzado un elevado grado de civilización seguramente debió haber atraído a los seres espaciales. Los petroglifos grabados cerca de las cimas montañeras sugieren una comunicación con visitantes de las estrellas. Tradiciones rosacrucianas exponen que existe aún un resto de Lemuria poco cambiado como California, atribuyéndosele ser el más viejo país civilizado de la Tierra, lleno de antiguos misterios. La leyenda adscribe el nombre «California» a la bellísima Reina Calafla que tiempo ha gobernara esta romántica isla áurea próxima al Jardín del Edén.

Hoy, tal seductora historia se hace realidad en Hollywood, cuyo encanto conjura seguramente visiones del mágico pasado. ¿Es más que una coincidencia que «Los Ángeles» evoque a seres espaciales? ¿Acaso algún místico poder de lo alto sigue inspirando a este suelo de muchos extraños cultos?. La historia de la Reina Calafla y su maravillosa isla en el Occidente fue cantada por trovadores en España durante las Cruzadas y evidentemente procedía de la Antigüedad. Ese romance debió haber hecho vibrar al joven Colón en su contemplación del mar soñando en el Nuevo Mundo que seducía a los lobos marinos del Imperio con toda la poderosa magia con que ahora tienta a nuestros astronautas la ruta a las estrellas. En las rocas de las cataratas Klamath, vecinas al Óregon, en otros tiempos colonia de supervivientes de Lemuria, se hallan inscritos miles de jeroglíficos que sugieren símbolos atribuidos a Mu, y que tienen una vaga afinidad con el sánscrito y el griego. Depósitos marinos prueban que las montañas estuvieron un día bajo el agua, indicando ello una inmensa edad.

Los indios modoc, que vivieron allí generaciones después, creían que los antiguos eran hombres de gran saber y llamaron a aquella región «WallaWas-Skeeny», nombre incomprensible hasta que su fonética se asemeja súbitamente a «Vallis Scientiae», en latín «Valle de la Ciencia», o del conocimiento, sorprendente descubrimiento paralelo a las muchas palabras de la misma resonancia latina y griega que ornan el dialecto local. Más intrigantes lazos entre la antigua América y Roma fueron proporcionados en 1833 por el hallazgo de una moneda romana a una profundidad de treinta pies cerca de NorfoIk, Virginia.
En 1882, un granjero de Cass, Co. Illinois, sacó del suelo una moneda de Antioco IV con una inscripción en griego, y en 1913 fue descubierta una moneda romana en un túmulo de Illinois.

Charles Fort mencionó el presumible hallazgo realizado en otros túmulos americanos de unas tablillas de piedra que tenían grabados los Diez Mandamientos. Unas monedas de Marco Aurelio fueron desenterradas en Conchinchina. Quizá no sea demasiado sorprendente que las monedas romanas hubiesen también llegado a América. En su fascinante libro Lemuria, escrito en 1931, Wisher S. Cervé recuerda que durante varias décadas una gran luz blanca se eleva ocasionalmente sobre los bosques del valle de Santa Clara, viéndosela muy distintamente desde la bahía de San Francisco.

Ello evoca aquella misteriosa llama vista desde antiguos tiempos a través del Pacífico en la bahía de Yataushiro-Kai, en Kyushu, Japón, que no ha sido comprendida nunca y aparece allí en agosto. Algunos investigadores japoneses se preguntan si no será encendida desde el espacio y controlada con algún propósito por seres espaciales.

Cuando la Tierra era joven su población era numéricamente escasa, especialmente si sus primeros habitantes fueron colonizadores procedentes de otros planetas, posibilidad que nuestras futuras expediciones espaciales podrían comprobar. Ciertas tradiciones confirmadas por la lingüística comparada hablan de un solo lenguaje primigenio; el idioma solar (Solex Mal) hablado antes de la destrucción de la Torre de Babel, la cual simboliza la rebelión de los Gigantes contra sus Señores Supremos del Espacio, seguida por catástrofes y la dispersión de las gentes por todo el mundo.

El idioma cambia, pero lo hace muy lentamente. Platón podría comprender el griego de la Atenas moderna, y hasta su supuesta democracia. Vastas edades seguramente deben haber transcurrido desde que el idioma mundial único se fraccionara y se desarrollara en los 2.796 diferentes hablados hoy. Y aunque esa diferencia sea grande oralmente, los símbolos sobre petroglifos en muchos países concuerdan al parecer, sugiriendo una mundialmente extendida escritura descriptiva entendida por todos los pueblos antiguos por doquier. La literatura más temprana que nos ha sido legada está compuesta por los Vedas sánscritos, el egipcio Libro de los Muertos, y la Épica Gilgamesh sumeria, adscrita al año 3000 antes de J. C., pero que probablemente sea muy anterior. En sapiencia, sublimidad de pensamiento y expresión poética estas obras no han sido superadas hasta la fecha. Si, como insisten los evolucionistas, el lenguaje ha evolucionado desde los primitivos sonidos, ¿podemos posiblemente estimar las edades que fueron precisas para llegar de los monosílabos más o menos articulados de un salvaje hasta la sublime poesía de los Upanishads? A menos que la cultura hubiese sido traída a la Tierra por Maestros de otros planetas, se habrían requerido millones de años antes de que el hombre pudiera desarrollar la profundidad de pensamiento, el genio literario y el expresivo vocabulario necesarios para componer los clásicos del pasado. Gran parte de la antigua sabiduría se halla escondida en signos que no podemos leer, en abandonados petroglifos esparcidos por todo el mundo. La prueba de la enorme edad del hombre se encuentra por doquier en nuestro derredor, y ya no en objetos, con ser éstos importantes, sino en ideas.

autor: W. Raymond Drake
enviado por: Luciano Almiron
colaborador de Semillasdeluz

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